Queridísimo Paul:
Han transcurrido unos densos y largos meses desde aquel buen día en que confirmé la decisión de escribirte una cartita, la cual tendría que ser absolutamente personal y, de hecho, muy sui géneris ya que el destinatario -obviamente tú, mi querido amigo- nunca podrías leerla. Más, aún así, se volvía necesaria para que este escribidor pudiese abrirse en mente y alma al hablar de un ser extraordinario y único, con el cual he tenido la fortuna de encontrarme en este polvoriento camino, sin principio ni final, al cual llamamos vida.
Deberé contarte, desde ya, que siento admiración por tu aguda inteligencia y también, por cierto, por ese sexto sentido -debo llamarlo de alguna manera- que posees para enfrentar la rutina diaria: siempre -¡siempre!- despiertas con desbordante alegría y entusiasmo y, lo primero que haces, es buscar a tu familia, es decir todos los que te rodeamos en esta casa, para brindarnos gemiditos, todo tipo de caricias y obstinados -por no decir obsesivos- besos, lo cual, en verdad, convierte en innecesario que pronuncies cualquier palabra; tu lenguaje es más que elocuente. Podría ser, me pongo a pensar, que esas buenas y ejemplares maneras de vivir quizás las mantienes porque -a diferencia de los de tu entorno humano- a tí tus padres no te enviaron a ninguna escuela o colegio...¡que suerte, amiguito!
Sonreirías, Paul, si supieras que la raza humana es considerada, por los mismos humanos, claro, como la más inteligente y sabia de todas las existentes; a las otras (animales supuestamente 'irracionales') -entre las cuales, perdona, está la tuya- se les otorga, despreciativamente, un status inferior; pero, no te extrañes mucho porque, aunque no lo creas, dentro de esta misma sabia raza humana, hace 20 siglos, existió un filósofo muy famoso por sus conocimientos y enseñanzas quien pregonaba que muchos de sus congéneres -se refería a los esclavos- no tenían categoría de humanos, aunque tampoco de animales, y por ello los denominaba, inteligentemente, 'objetos animados'. Aristóteles, -ese bicho del que hablamos-, obviamente, no fue la excepción, pues, la humanidad entera, exactamente, como objetos trató , durante muchísimo tiempo, a estos desgraciados seres. Es ese mismo trato -vejatorio y estúpido- como el que aún siguen recibiendo esas clases dizque 'inferiores' a los que se les llama animales.
Quisiera pedirte, al respecto, que no vayas a sentir ni una pizca de nostalgia o pena por no ser un 'humano', porque si lo fueras, aprenderías y practicarías, inevitablemente, la deslealtad o la envidia, por ejemplo, o sentirías el odio (eres tan bueno que no entenderás nunca lo que es) hacia otros seres y, si pudieras, harías daño y, quizá hasta matarías por ese odio; tendrías, además, que vivir siempre esclavizado al dinero y -lo peor- temeroso de que cualquier sorpresivo día... te llegue la muerte. Así viven todos los humanos, por lo que, al menos en esta existencia, ¡te salvaste amiguito!
Tu sabes -es un decir- que estas notas las hago por si algún futuro nieto mío, algún día, sienta interes en leerlas . Por ello, en fecha incierta, cuando alguno de estos nietos, ya entonces de carne y hueso, pueda acercarse a esta carta, con toda certeza que tanto tú como yo estaremos participando de otra realidad. Pero eso, buen Polito, no deberá significar que esta maravillosa amistad habrá terminado, pues tanto tú como yo, de eso estoy muy seguro, con cada palabra leída: ¡reviviremos!
Cariñosamente.