EN una revista política -cuyo nombre he preferido olvidar-, escribí, tiempo atrás, un pequeño editorial bajo el título de: '500 mil gigas'. En él, tocaba el caso de los innumerables (este no es un simple adjetivo, pues, efectivamente, nadie sabe cuántos son) niños callejeros de Lima quienes, también en innumerables esquinas de la gran ciudad, nos aguardan, dia y noche, para tocarnos la luna del carro y pedirnos una monedita.
"Colabórame, pe.." es su conocida frasesita de cliché; la dicen mientras rápidamente le pasan un trapito al parabrisas o te ofrecen caramelos para justificar 'comercialmente' su ruego. Hay niños de todas las edades: de 3, 5 u 8 añitos. Dicen, algunos, que no hay que darles nada, que se acostumbran a pedir limosna o que son enviados por padres parásitos explotadores. Lunas arriba, pues.¡Que se jodan! Inclusive, en un elegante distrito capitalino -San Isidro- se han visto bonitos letreros pidiendo a los ciudadanos que no entreguen limosnas en las esquinas para, así, ahuyentar a los niños, esos de nuestro cuento: tienen razón los cultos sanisidrinos: los harapos y las caras sucias no 'le van' a ese elegante barrio de inmaculadas avenidas en donde cada palmera tiene su propio reflector eléctrico y las flores se siembran y se botan cada 3 meses.
Pero, lo que que mencionábamos nosotros en ese editorial, era que había un doble drama en esa situación de los niños de la calle. Todos ellos, seguramente por la desnutrición, el engaño de una educación paupérrima y la exclusión social en general, acabarán sus vidas entrampados en la pobreza; pero, de lo que no se suele hablar es que, con cada niño de la calle, se pierde, irremediablemente, una maravillosa oportunidad de contar con un ser dotado de un cerebro con una potencialidad hasta hace poco incalculable, pero que hoy sí la podemos medir y comparar.
En el mundo de la computación, se sabe que un bit es la más pequeña unidad de almacenamiento, por decir, una letra. El bite son 8 bits; sigue el kilo-bite que significan 1024 bites, luego el mega bite...y -finalmente-, el giga. ¿Qué es un giga? Nada menos que mil millones de bites. Vea usted su buena computadora que andará por los 6 u 8 gigas de memoria. Es una gran computadora.
Pero, sepa esto: el niño callejero, como todo niño de su edad, tiene en su cerebro 500 mil gigas. Dejo a la imaginación las comparaciones.
Simplemente, cerraré esta nota, recurriendo a un comentario que, justamente sobre este tema, hiciera -tiempo atrás- el periodista Jorge Lanata: "...en la cabeza del chico que hoy les pidió limosna en un semáforo entran 125 mil computadoras como la mía. Digo esto para que entendamos, en otros códigos, lo que se pierde cuando un chico no come. Eso es lo que se pierde".
En el Buenos Aires de Lanata o en esta inhóspita Lima, son miles (¿o millones?) los ojos que nos miran a diario -algunos atónitos, otros furiosos- pero, estoy seguro, todos maldiciendo el haber nacido en el apartheid de la pobreza; esperando una remota oportunidad. ¿La tendrán algún día?
"Colabórame, pe.." es su conocida frasesita de cliché; la dicen mientras rápidamente le pasan un trapito al parabrisas o te ofrecen caramelos para justificar 'comercialmente' su ruego. Hay niños de todas las edades: de 3, 5 u 8 añitos. Dicen, algunos, que no hay que darles nada, que se acostumbran a pedir limosna o que son enviados por padres parásitos explotadores. Lunas arriba, pues.¡Que se jodan! Inclusive, en un elegante distrito capitalino -San Isidro- se han visto bonitos letreros pidiendo a los ciudadanos que no entreguen limosnas en las esquinas para, así, ahuyentar a los niños, esos de nuestro cuento: tienen razón los cultos sanisidrinos: los harapos y las caras sucias no 'le van' a ese elegante barrio de inmaculadas avenidas en donde cada palmera tiene su propio reflector eléctrico y las flores se siembran y se botan cada 3 meses.
Pero, lo que que mencionábamos nosotros en ese editorial, era que había un doble drama en esa situación de los niños de la calle. Todos ellos, seguramente por la desnutrición, el engaño de una educación paupérrima y la exclusión social en general, acabarán sus vidas entrampados en la pobreza; pero, de lo que no se suele hablar es que, con cada niño de la calle, se pierde, irremediablemente, una maravillosa oportunidad de contar con un ser dotado de un cerebro con una potencialidad hasta hace poco incalculable, pero que hoy sí la podemos medir y comparar.
En el mundo de la computación, se sabe que un bit es la más pequeña unidad de almacenamiento, por decir, una letra. El bite son 8 bits; sigue el kilo-bite que significan 1024 bites, luego el mega bite...y -finalmente-, el giga. ¿Qué es un giga? Nada menos que mil millones de bites. Vea usted su buena computadora que andará por los 6 u 8 gigas de memoria. Es una gran computadora.
Pero, sepa esto: el niño callejero, como todo niño de su edad, tiene en su cerebro 500 mil gigas. Dejo a la imaginación las comparaciones.
Simplemente, cerraré esta nota, recurriendo a un comentario que, justamente sobre este tema, hiciera -tiempo atrás- el periodista Jorge Lanata: "...en la cabeza del chico que hoy les pidió limosna en un semáforo entran 125 mil computadoras como la mía. Digo esto para que entendamos, en otros códigos, lo que se pierde cuando un chico no come. Eso es lo que se pierde".
En el Buenos Aires de Lanata o en esta inhóspita Lima, son miles (¿o millones?) los ojos que nos miran a diario -algunos atónitos, otros furiosos- pero, estoy seguro, todos maldiciendo el haber nacido en el apartheid de la pobreza; esperando una remota oportunidad. ¿La tendrán algún día?
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