lunes, 1 de octubre de 2007

El Peru perdido


ENTRE las muchas cosas que uno va perdiendo por la vida, recuerdo aún, cierto trozo de papel que tenía impreso un mapita del Perú y que, una noche ya lejana, en la ciudad de La Habana, se lo extendí -entre nervioso y apurado- a un gigantón vestido de verde que lo miró, sonrió, y estampó su firma en él. Ahora -luego de 30 años - recuerdo bien que la hojita se la había arrancado a mi agenda de bolsillo segundos antes de estar, cara a cara, con "el comandante Fidel" (Castro, por supuesto).
Tiempo después, en una de esa tantas mudanzas de trabajo -pesadillas de la que nadie está libre-, el mapa autografiado, ya enmarcadito y todo... se me extravió, y, desde entonces, maldigo a quien lo pudiera tener, si es que pudo devolvérmelo y no lo hizo. Especialmente por estos dias, en que parece que Fidel anda ya con visibles ganas de marcharse de este mundo, me gustaría tener el famoso recuerdito colgado de la pared o encima del escritorio, o donde sea, pero conmigo. Total, así nomás no se tiene una autógrafa de quien, seguramente, será recordado - aparte de los odios y los amores que despertó entre muchos- como el revolucionario utópico más grande de la historia de la humanidad.
Revolucionario, porque transformó a un pequeño país, colonizado política y económicamente, con su triste celebridad de ser el bello lupanar de las mafias norteamericanas, en una nación soberana ( que pasó de condición de país objeto a país sujeto, como decía Octavio Paz), y en la que, por lo menos, se logró algo que, hasta hoy, sigue siendo un sueño inalcanzable para el resto de Latinoamérica: "Un país en que nadie se acuesta sin comer y todos se levantan con un trabajo". La frase va en comillas porque la pronunciaba un tal Ramón Castro, dizque hermano del Comandante, y que allá por los 70' dirigía un mega proyecto de producción lechera en la isla.
Espinoso tema el de Cuba. Que si Fidel es un dictador o no, que si hay democracia o no, que si hay libertad de prensa o no. Quizá no se logra entender que es absurdo tratar de interpretar la realidad de una utopía socialista, a la que ha contribuído mucho el aislamiento norteamericano, con criterios que sí son parámetros entre nosotros, el resto de países pobres, occidentales y muy cristianos. 'Democracia', con elecciones manipuladas por los medios y ante electores semianalfabetos o desinteresados de la politca; 'libertad de prensa', para los 4 o 5 millonarios que pueden abrir canales de TV o cadenas de diarios. Eso no podría existir en la Cuba de hoy, pues, precisamente, esas "democracias" y esas "libertades" fueron causa y cómplices de la Cuba colonizada. Es bastante claro y lógico. Pero, hoy en día, después de -casi- medio siglo de revolución ¿qué pensarán los cubanos? ."Huyen por miles" dicen algunos, como prueba del fracaso de la revolución..."¿y cuántos millones se van del resto de latinoamérica?", replican los defensores de la misma.
Sin caer en demagogias ni romanticismos, se puede decir que es totalmente cierto, porque lo es, que los cubanos siguen siendo pobres: sin niños mendigos ni ancianos limosneros, pero siguen siendo pobres; con educación y atención médica gratuita, pero siguen siendo pobres. La revolución, aunque liquidó las lacras del "subdesarrollo", no ha podido dar el siguiente salto de sacar de la pobreza media a la isla. Sí cumplió plenamente con esa primera gran meta de acabar con la miseria y la injusticia social; eso nadie lo ha podido ocultar y por ello será que, pese a todo lo que se diga, los cubanos siguen queriendo a Fidel; por ello será que, pese a todo lo que leemos, en las calles de La Habana -capital sin carros de lujo y sin tentadoras tiendas de ropa-, curiosamente, nunca hay marchas ni mítines contra el gobierno, sean de trabajadores o estudiantes, como sí las hubo -violentas y sangrientas- contra todas las tiranías antes de Castro y como las que abundan, hoy, a diario en nuestros libérrimos países.
El autor de esa utopía (¡hacer una revolución socialista en las narices de los Estados unidos!), ahora octogenario y de cara a la muerte, se me ocurre que, tal vez, podría volver a proclamar, esperanzado, lo que les enrostró alguna vez a sus juzgadores: "Condenadme, la historia me absolverá". Dejémoslo en paz, entonces.

De esa lejana noche cubana, la del autógrafo perdido, quedó por allí una fotografía tomada por un oficial de Fidel. En ella, aparecemos muchos jóvenes arremolinados en torno al comandante y a su costado, una peruana -que me había seguido valientemente a la isla-. Ella, tiempo después y por razones que no he entendido plenamente, se casó conmigo. De manera que, parafraseando a Mariátegui, puedo decir que en ese viaje a Cuba, desposé unas ideas y también una mujer.

oct.3.

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