martes, 4 de diciembre de 2007

SUFRE PERUANO, SUFRE. (letra y música de Tongo)





Hubo una vez, hacia finales del siglo XX, un presidente del Perú que había prometido 'un gobierno para todos'. Con semejante promesa milagrosa las gentes lo habían elegido con más del 50 por ciento de los votos válidos y en los primeros meses de su romántico gobierno todo era esperanzas e ilusiones: Alan era joven, Alan era alto, Alan hablaba muy bien, Alan, Alan.
Pero, luego se empezó a sospechar -y la gente lo sentía- que no todo iba a ser felicidad: el futuro prometido no era diferente al pasado que nadie quería recordar. Algo había sucedido: Los pobres seguían siendo pobres, los de la orgullosa clase media ya no se sentían en la clase media (¿de qué clase eran?) y hasta los mismos ricos ya no sabían si iban a seguir siendo ricos. En sólo 2 años, de 1985 a 1987, los siempre ingenuos peruanos, pasaron de vivir de la fiesta inolvidable al incendio inapagable: su moneda se devaluó tanto que tuvo que cambiarse 2 veces, el precio de las mercancías subió hasta bordear los 3 mil por ciento (hiperinflación le llamaron). En el 88 y 89 se descubrió que los pobres alimentaban a sus niños, en la barriadas limeñas, con
nicovita, el famoso insumo industrial para pollos; si faltaba la nicovita, buenas eran las cáscaras de papa o la hoja de remolacha.(¡Sufre, peruano sufre!, germinaba en Tongo). Sobre este lúgubre escenario económico se montaba, además, una tragedia griega: la guerra entre la barbarie maoista de Guzmán y la estupidez criminal de los militares.
Alan huyó en el 90. Del desprecio ciudadano y de su propio fracaso buscó refugio en la bella (y cara) París . Desde allí, como las ratas acosadas, esperaría el momento, porque sabía(toda rata es astuta) que ese momento llegaría.
De joven, al igual que su mentor Haya, había leído con devoción al maestro Gonzales Prada y se le habían grabado estas palabras:
(al pueblo) gobierne quien gobernare, nada le importa; sobrevenga lo que sobreviniere, poco se le da; todo lo sufre, todo lo acepta. El Perú, como infeliz mujer encadenada al poste de un camino real, puede sufrir los ultrajes de un bandolero, de un imbécil, de un loco y hasta de un orangután. Alan, pues, confiaba en los peruanos y en el tiempo.
Quince años después, adormecida la memoria nacional, será la 'generación nicovita' -hechura de su primer gobierno y sufriente toda del síndrome de Klinefelter*- la que decidirá que Alan, el eterno Alan será nuevamente el presidente de todos los peruanos.
¡Sufre, peruano sufre! les llora, desde entonces, el inefable y peruanísimo Tongo a los peruanos de todo el mundo y los peruanos de todo el mundo lloran oyendo a Tongo. ¿Por qué sufren los peruanos? Nadie lo sabe. Tal vez porque no quieren ser lo que son, tal vez porque no pueden cambiar para ser lo que no son, o, tal vez...

Esta asombrosa (o más bien vergonzosa) vocación del peruano por buscar y aceptar lo que le inflinge dolor, también se cumple -como si fuera ley-, paradójicamente, en un campo que le debería producir distracción y esparcimiento (porque la vida del hombre, según Schopenhauer, es un péndulo entre el sufrimiento y el entretenimiento): el espectáculo-deporte del fútbol.
Una verdadera mafia, tan astuta y eficaz como la de los políticos, se ha apoderado de los resortes económicos y administrativos de este mega negocio contemporáneo que es el fútbol: la nueva gran Iglesia universal en la que los estadios son los templos y los santos -idolatrados- los jugadores. Todo es dogma, todo es aclamación, no importa que seamos perdedores, no importa que nos engañen. Recemos, hermanos, -como borregos- "Perú al mundial" : es la promesa del Paraíso terrenal.
La verdad que el fútbol peruano resulta el caso perfecto para entender plenamente la -sabia- expresión futbolera de Borges:
El fútbol es popular porque la estupidez es popular.
¡Bienaventurado, oh Tongo, porque eres el profeta de la peruanidad!

*Hipotrofia testicular.
dic.7.


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